Javier Linares y su familia, junto a un grupo de 12 migrantes venezolanos, atravesaron el 30 de abril pasado la selva del Darién. Al llegar a México fueron secuestrados en Tapachula. Su madre, Obdalis Castellano, cuenta el drama que vivió el llanero en el territorio azteca. De acuerdo con una investigación de InSight Crime, el crimen organizado puede ganar hasta 20,5 millones de dólares con estas prácticas.
Javier vio tres muertos tirados en la vera del camino y dos hombres ahogándose en la profundidad de un río. Todo ese horror lo junta para describir su paso por la selva del Darién, la jungla de 17.014 kilómetros cuadrados que separa a Colombia de Panamá.
Pero el muchacho nacido en Guanare no tiene palabras para resumir lo que vivió al pisar el territorio mexicano. “En la ruta Tapachula-Ciudad de México no vi la muerte, la sentí encima de mí, de mi esposa y de mi hija”, dice.
Javier Linares y su familia, junto a un grupo de 12 migrantes venezolanos, fueron víctimas de secuestro y extorsión en la jurisdicción de Tapachula, región Soconusco del estado de Chiapas. Describe con dolor el paisaje que vivió durante 17 días: “Jamás me imaginé que había algo más peligroso que la selva del Darién”.
En cada uno de los pueblos en su paso hacia Ciudad de México había bandas de delincuentes cobrando peajes y por secuestros: Tuxtla, Berriozábal, Cintalapa, San Pedro, Santo Domingo Juchitán, Oaxaca y Huajuapan.
El itinerario
Javier Linares salió de Guanare, Venezuela, el 27 de abril de 2024. El joven de 28 años viajaba con su esposa e hija en un autobús que los llevaría a Cúcuta, Colombia, para de allí partir, en otra unidad de transporte público, a Bogotá.
En la capital colombiana, Javier y su familia se encontrarían con un grupo de no menos de 12 migrantes venezolanos que se proponían atravesar el temeroso tapón del Darién en el empeño de llegar a Estados Unidos. Allí se conectan con un agente que se autodenominó «Carlos Darién Internacional», quien los transporta hacia Necoclí, uno de los 11 municipios que forman parte de la subregión de Urabá, departamento de Antioquia.
Ya en el puerto de Necoclí, los migrantes son entregados a Javier, otro operador irregular que los llevaría a la selva a través de la ruta Capurganá, Piedras Blancas. Eso ocurrió el pasado 30 de abril.
Cada viajero debió pagar 450 dólares a los coyotes. El importe de la familia Linares fue de 1.350 en divisa americana. Calculaban que en 4 días estarían arribando a Panamá y a más tardar en una semana podrían haber atravesado Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Guatemala y México. Pero no sucedió así. Javier llegó a México 17 días después de cruzar la jungla del Darién.
Vendidos a Los Polleros
Lo que suponía un viaje más estable, con menos tropiezos y riesgos, se hizo largo y peligroso porque durante la movilidad en México, Javier y su familia fueron víctimas de extorsión y devoluciones por parte de agentes de migración y de un secuestro por 24 horas por parte de organizaciones de delincuencia organizada.
Fueron secuestrados por la banda Los Polleros, confirmó Obdalis Castellano, la madre de Javier Linares. Ella le relata a El Pitazo que sus familiares y los otros migrantes llegaron a una terminal de pasajeros en Tapachula y se embarcaron en una buseta que ofrecía llevarlos a un vecindario cercano para avanzar en una ruta segura hasta la capital mexicana.
“¡Pero qué va! El chofer, desde el terminal, ya nos había vendido a Los Polleros”, contó Javier a su mamá. “Este los llevó directo a una finca donde permanecerían secuestrados”, destaca la mujer.
Los Polleros son delincuentes a los que también se les conoce como Coyotes y que se dedican a cruzar migrantes de manera ilegal y a cambio de dinero desde México a Estados Unidos.
El grupo de los 12 migrantes se salvó de un secuestro más prolongado porque, al momento de la exigencia del rescate, se ofrecieron a pagar con el dinero que portaban. Los irregulares cobraban 100 dólares en billetes físicos por cada liberación inmediata. A más horas de pernocta, más alta era la tarifa.
Javier y sus compañeros fueron llevados a una finca en la que, calcula, había más de 400 migrantes retenidos, esperando que sus parientes pagaran por el rescate. “Era gente sin dinero, hacinada y comiendo solo arroz blanco. Sus captores eran hombres armados que no permitían que los secuestrados se desplazaran ni hablaran entre sí”, relata Castellano.
Movilidad por México: travesía peligrosa
Entre 2011 y 2020, unos 70.000 migrantes fueron víctimas de tráfico y secuestro en su paso por el país azteca, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) de México.
Mi hijo pagó 300 dólares y pudo salir del predio rural en horas de la noche junto a su familia. En un brazo les colocaban un sello con la imagen de un pollo, en señal de que ya habían pagado. Les vendaron los ojos y los soltaron en una autopista para que continuaran su travesía, cuenta la madre entre lágrimas.
Obdalis Castellano recuerda que Javier, su esposa, Nahomi, y su hija de 6 años caminaron durante horas a pie hacia un pueblito donde lograron una posada. Fueron 3 días sin comer y sin dinero en los bolsillos. “Pude enviarle 400 dólares a través de Western Union”, detalla la madre.
Castellano no recuerda el orden de los pueblos por donde se desplazaron Javier y su familia, pero advierte que, en su paso hacia Ciudad de México, en cada uno de ellos había bandas de delincuentes cobrando peajes y rescates por secuestros. Menciona Tuxtla, Berriozábal, Cintalapa, San Pedro, Santo Domingo Juchitán, Oaxaca y Huajuapan.
Menciona además que había otros cobros por parte de supuestos agentes de migración. “¡O pagas o te devolvemos!”, era la orden. Javier fue devuelto tres veces por negarse a pagar, afirma Obdalis Castellano. “Hubo momentos en que las caminatas para burlar los controles migratorios se prolongaban hasta por 7 horas”, precisa.
Y eso no fue lo peor. La madre de Javier recuerda que, en jurisdicción de Oaxaca, su familia estuvo retenida por 14 horas en el interior de un autobús destartalado que transportaba migrantes, por cuyos puestos el joven tuvo que pagar 1.600 pesos mexicanos. Permanecieron encerrados sin poder levantar la cabeza ni hacer necesidades fisiológicas. Esto sucedía mientras el Gobierno levantaba una protesta comunitaria en la vía pública.
Al llegar a Ciudad de México, los migrantes fueron abandonados a medianoche en un barrio peligroso, en los alrededores de una taberna. Los Linares fueron recogidos al día siguiente por su hermana y trasladados a Querétaro, donde Javier se instaló para trabajar en el área de microelectrónica. En esa capital arregla teléfonos celulares y computadoras en un puesto ambulante mientras espera la ocasión para emprender viaje a Estados Unidos.
Migrar para mejorar
El viaje de Javier Linares no fue un capricho. Fue un grito desesperado por mejorar su vida, por salir de la sobrevivencia, advierte su mamá. Ella es una docente jubilada de 53 años y dirigente sindical en el estado Portuguesa. Los últimos 5 años de su vida los ha sufrido por la migración.
Su esposo, Efrén Linares Vargas, murió en Ica, Perú, tratando de establecer un restaurante, y sus dos hijos, Javier Eduardo y Obdalis Andreína, abandonaron su hogar en Guanare buscando mejores condiciones de vida en el sur del continente americano.
Javier fue migrante retornado. Se estableció en Perú en 2019, pero retornó con su familia a Guanare en enero de 2024. Creía que Venezuela se había arreglado.
Quiso emprender en el área de la microelectrónica, pero los apagones, que en Portuguesa escalaron de 5 a 8 horas diarias, le quemaron sus expectativas. “Alquiló un local y estaba contento, pero un bajón le dañó los 2 equipos principales. Y había días en que, por los racionamientos eléctricos, no hacía ni para comprar el desayuno”, comenta Obdalis.
Obdalis Castellano hizo de todo para apoyar a Javier Linares en su viaje a México. Sabía que él allí contaría con el apoyo de su hermana, quien en 2017 también migró a Perú.
Obdalis Andreína viaja de Perú a México, donde ganó un concurso para una beca promovido por una organización no gubernamental
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