“Esta película ya la hemos visto”, afirmó el propio presidente venezolano, Nicolás Maduro. Cinco años después de la “presidencia interina” del opositor Juan Guaidó, Maduro, cuya reelección es impugnada por la oposición y la comunidad internacional, debe enfrentarse una vez más a un oponente que cree que es el “presidente electo”.
¿Venezuela vive el mismo escenario que terminó con un fracaso de la oposición en su búsqueda del poder o se puede esperar un resultado diferente esta vez?
Guaidó 2.0
“La historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa” (Karl Marx). Aún afirmando ser un marxista-leninista, formado en parte en Cuba, Maduro cita sus clásicos cuando habla de la situación actual.
En 2018, la oposición boicoteó las elecciones acusando al gobierno de fraude. En enero de 2019, incurriendo en una brecha «institucional», el opositor Juan Guaidó, presidente del Parlamento del que los chavistas perdieron el control en 2015, se proclamó presidente interino, recuerda Pedro Benítez, profesor de historia económica en la Universidad Central de Venezuela y reconocido editorialista.
Parte de la comunidad internacional, y en particular Estados Unidos, convencida de poder derrocar a Nicolás Maduro, reconoció entonces a Guaidó como el jefe de Estado legítimo, otorgándole incluso poder sobre los activos venezolanos en el extranjero.
Sin embargo, este experimento terminó en un amargo fracaso, ya que Maduro se burlaba periódicamente de la oposición que, según él, vivía en el «Mundo de Narnia».
Hoy acusa a (el candidato opositor Edmundo) González Urrutia de ser “Guaidó 2.0”. «Es el mismo escenario con los mismos actores. La gente que quiere paz, democracia, prosperidad y élites llenas de odio, vinculadas al imperio estadounidense».
Colisión de trenes
Para Giulio Cellini, director de la consultoría política Logconsultancy, «el contexto es muy diferente al de la era Guaidó. No se trata de que la comunidad internacional reconozca a un presidente paralelo sino de saber cuál será el resultado de las elecciones presidenciales».
El Consejo Nacional Electoral (CNE) ratificó la victoria de Maduro el 2 de agosto con el 52 % de los votos, sin hacer públicos el recuento exacto de los votos ni las actas de las mesas electorales, debido, según el CNE, a un hackeo informático.
Según la oposición, que publicó las actas obtenidas gracias a sus escrutadores, cuya validez es rechazada por Maduro, Edmundo González Urrutia, que reemplazó con poca antelación a María Corina Machado declarada inelegible, ganó la votación con el 67 % de los votos. .
La oposición y numerosos observadores como MM. Cellini y Benítez consideran inverosímil el hackeo propuesto por el CNE, y algunos creen que se trata de un «invento» del gobierno para evitar la publicación de documentos electorales.
Actualmente la situación está estancada, subraya Cellini. «Es un choque entre dos trenes, entre el poder proclamado vencedor pero que no lo ha demostrado, y la oposición que dice tener las actas pero que no tiene medios institucionales para probar su victoria, porque el poder controla todas las instituciones», observa.
«Guerra de desgaste»
«Lo que se está desarrollando actualmente es la consolidación de una dictadura militar al peor estilo de lo que hemos conocido en el Cono Sur. Estamos asistiendo a desapariciones forzadas, detenciones a gran escala. Lo que vivieron Chile, Argentina, Brasil, Uruguay en los años 1970», cree Benítez, recordando que hoy en América Latina hay tres dictaduras: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Los tres de la izquierda tras los de la derecha del siglo XX.
La represión de los disturbios dejó 24 muertos según las ONG de derechos humanos y 2.2000 personas fueron arrestadas, según Maduro.
“Hasta ahora, las fuerzas armadas se han mostrado públicamente monolíticas, unidas en torno a la estrategia aplicada por el gobierno”, subraya Cellini, para quien el poder es cada vez más autoritario. «La suspensión de eso la vivimos», añade.
Este es el comienzo de una “guerra de desgaste”, subraya este astuto observador. Entre un poder que tiene la fuerza y cuenta con la desmovilización de la oposición, y una oposición que cuenta con las calles pero también con la presión internacional.
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