Los sistemas totalitarios crean en su entorno grupos adictos y adeptos a su mecanismo y ensamblaje desde todas las capas y esferas de la sociedad, uno de esos núcleos destaca en el campo ideológico-cultural y desde ahí se desarrolla y trabaja en la sombra.
En uno de sus libros más célebres, la filósofa objetivista de origen ruso Ayn Rand, escribe lo siguiente en su libro ‘Para el nuevo intelectual’ (Editorial Deusto, 2023, primera edición 1961), refiriéndose a lo elemental del caso: “un ser humano necesita un marco de referencia, una visión integral de la existencia, por muy rudimentaria que sea, y, puesto que su consciencia es volitiva, necesita la sensación de estar en lo correcto, una justificación moral de sus actos, lo cual significa: un código filosófico de valores.”
Este párrafo resulta esencial para entender que cuando bajo un régimen de corrección perpetua e impuesta la consciencia es anulada o cancelada, la sensación de estar en lo correcto sólo la justifica la ideología maníaca impuesta desde el poder. Los intelectuales constituyen un factor clave como medio y transferencia de medios de vigilancia entre ellos y de enjuiciamientos que en numerosas ocasiones han resultado ser fatales contra quienes se ejercen.
Nuestros Pluralistas (Fayard, 1983) es un libro que nos interpela ampliamente del tema y sus nefastas consecuencias desde el punto de vista del escritor, pero también del perseguido político única y exclusivamente en virtud de haber ejercido su derecho a pensar y a plasmarlo en un papel.
Ese escritor no es otro que Alexandre Soljénitsyne, un clásico de la literatura universal. Un hombre cuya sensibilidad e inteligencia lo condujeron a los campos de trabajo forzado, campos de concentración siberianos, y que aun así tuvo la valentía de contar la verdad, sus vivencias, unas veces a través de la ficción testimonial, y otras veces desde el testimonio directo sin subterfugios y desde el ensayo.
En las páginas de Nuestros Pluralistas el autor se refiere a ese grupo de intelectuales que sin obra relevante y sin más anhelo que la envidia coloca su escaso talento en las manos de los tiranos -algo muy propio del comunismo- para caer con todo el peso de un infamia y envidia contra otros intelectuales de renombre, artistas y escritores, con el fin de aplastarlos y ningunearlos, mediante las críticas, la delación, los informes secretos que desvirtúan en numerosos casos el auténtico espíritu de la persona a la que han puesto en sus dianas personales a favor del estado.
Alexandre Soljénitsyne es uno de mis escritores de culto, no sólo porque amo su literatura, además porque admiro su valentía. No se equivocaba el premio Goncourt Eric Orsenna cuando me hizo el inmenso regalo de compararme en un artículo en el periódico Le Monde, cuando salió «La nada cotidiana», en 1995, con el autor de «Un día en la vida», de Iván Denisovitch, y con Milan Kundera, aunque de ninguna manera porque mi vida y mi obra se parezcan a las suyas, ya me gustaría mucho en cierto sentido, en un único y claro sentido, sino porque, como él decía entonces, las dictaduras comunistas provocan que alguien se atreva al final a contar la verdad, lo que produce efectos contrarios a los deseados por ellos:
«Zoé Valdés cuenta lo cotidiano en la última reserva del socialismo, esta especie de parque temático cada vez más decrépito. Una vez más, después de Solzhenitsyn y Kundera, una novela denuncia mejor que todos los ensayos: el simple relato de los días vale más que todos los anatemas.»
También debido a esos efectos es que esas dictaduras y tiranías comunistas se empeñan y se apuran en preparar y entrenar “pluralistas”, mediocres intelectuales, con el objetivo de enfrentarlos a nivel mundial contra la persona que les ha dejado desnudos y aislados con su mentira. Son, tanto desde el interior del país (los más ácidos), como desde el exilio (los más amargados por frustrados), que la degollina contra el escritor se inicia con una única intención: destruirlo, anularlo, borrarlo.
Este gran texto lleno de verdades, y luminoso por la belleza de su escritura, empieza con lo siguiente: “Durante seis años no leí ni sus relatos ni sus panfletos ni sus revistas: sin embargo, raros eran los artículos que no se dirigían con sus puntas afiladas, agudas, en particular y de preferencia en mi contra. Trabajé en el distanciamiento sin desear encontrármelos, ni tener que conocerlos ni hablarles. Absorbido por mis Nudos (libro) todos esos años, ignoré sus ataques y el conjunto de sus polémicas…”.
No obstante, su respuesta con Nuestros Pluralistas, constituye una obra mayor, de gran fineza, una de esas perlas raras cuya elegancia conduce a la inmortalidad de la obra de un escritor, cuya verdad jamás podrá ser suprimida.
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