La imaginería diabólica siempre ha hecho mucho daño entre los hombres políticos devenidos tiranos. Los cubanos recordarán aquellos episodios de Fidel Castro que sostenía diálogos o monólogos durante horas y días enteros con aquellos camellos que le había regalado Sadam Hussein por encargo de Yaser Arafat, o los momentos filosóficos que sostuvo con aquellas ocas, a las que observaba crecer en la campiña cubana con la finalidad, tan ilusoria, de convertirlas en enlatados fois-gràs para la exportación, con la idea, o mala idea, de hacerle la competencia a la misma Francia y sus exquisiteces, lo que nunca logró, no sabemos si porque le tomó mucho cariño a las ocas, o porque se olvidó de ellas, como mismo se olvidó de los camellos y, sobre todo, del propio pueblo que lo legitimaba con sus vivas y aplausos.
De esto trata este libro de Vladimir Fédorovski, titulado Stalin y Putin. Diálogos de Ultratumba, publicado recientemente por la editorial Balland: de la locura canalla como forma de gobierno.
Siempre les he hablado de la gracia que brinda la locura en los hombres de bien, el mismo José Martí escribió aquello de que: “Los locos somos cuerdos”, lo que no es menos cierto, de que existe cierta cordura en la locura de los escritores. No obstante, en la mente de los malvados la locura resulta casi siempre muy peligrosa.
Josef Stalin no era un loco simple, como cualquier tirano fue un enfermo criminal. Lo mismo Putin; de hecho, pudiera resultar que Putin se viera tan reflejado en Stalin, marcado por ese sistema cuya única base sea la limpieza de la humanidad, según sus criterios, lo que movía desde el nacionalsocialismo a Adolfo Hitler.
Lo cierto es que el autor de este libro mantiene como un acontecimiento perenne que Putin conversa muy a menudo con su fantasma elegido y predilecto, Stalin.
Esas conversaciones se extienden a menudo hasta la madrugada, e inclusive se alargan también al sueño, en un ciclo interminable. Putin también es otro loco malvado, aunque a mi juicio más malvado que loco, ¡como casi todos ellos!
Por supuesto, Cuba y la Guerra Fría y sus comparaciones persisten y aparecen aquí como referentes inextricables; y lo que es peor, como ejemplo a seguir por el zar de la maldad. Putin quiere reeditar la acción con el espaldarazo de su figura ejemplar, de su dialogante, de su interlocutor, Stalin.
No es un libro para reír, nada de eso, pero las carcajadas no pueden evitarse, aunque cuando vemos los resultados de esos pérfidos diálogos, la risa se nos transforma más temprano que tarde en mueca de impotencia y desesperación.
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