La derrota de Robeisy Ramírez por nocaut técnico frente a Rafael «Divino» Espinoza ha dejado muchas interrogantes en el aire. Más allá del resultado, que consagra al mexicano y pone en pausa los planes de Ramírez, el desenlace del combate en el sexto asalto invita a reflexionar sobre los límites entre el coraje y la prudencia en el boxeo.
Desde el inicio, la revancha entre ambos púgiles generó altas expectativas. Ramírez, un medallista olímpico de Cienfuegos, cargaba con el peso de recuperar la faja mundial que había perdido el pasado diciembre en Pembroke Pines. Durante los primeros cinco asaltos, su estrategia parecía funcionar: movilidad constante, golpes precisos y una defensa que complicaba al mexicano. Pero todo cambió en el cuarto asalto, cuando, según el propio Ramírez, un codazo comprometió su visión al punto de verlo todo doble.
“Me dio con el codo dos veces en el cuarto asalto’‘, comentó el cienfueguero. “Fue entonces cuando empecé a ver doble. Se lo dije al árbitro. Hizo su trabajo. Le regañó, pero el daño ya estaba hecho. Creo que abandonar el combate fue la mejor decisión. Lo hice en lugar de recibir más golpes, sobre todo porque tengo visión doble, y no pude dar lo mejor de mí”.
La decisión de abandonar sorprendió a los presentes y dividió opiniones entre los aficionados. ¿Cómo un peleador que parecía tener el control de la pelea decide no continuar? ¿Fue una medida cobarde o, más bien, una muestra de madurez y autopreservación? Robeisy, más que nadie, sabía lo que estaba en juego. Si bien la opción de continuar podría haber salvado su honor en los ojos de algunos, el precio a pagar podría haber sido mucho más alto: una lesión irreversible o el fin de su carrera.
Por su parte, Espinoza no dudó en afirmar que el abandono fue producto de la presión que ejercía sobre su rival. “Sólo estaba haciendo mi trabajo’‘, indicó el mexicano. “Apenas estaba empezando. Sinceramente, creo que la presión y el resto de los asaltos iban a ser muy difíciles para él. Esto significa que sintió mi poder. Sintió mi mano. Tal vez pensó que no sería capaz de manejarlo. Pero sucedió. Gané”
El ojo visiblemente inflamado de Ramírez es una prueba irrefutable de que el daño fue real. Sin embargo, el debate sobre si debía o no continuar sigue siendo válido. Ejemplos como el de Tim Tszyu, quien sufrió un castigo innecesario por no abandonar un combate perdido, refuerzan la idea de que a veces retirarse es una estrategia inteligente, no un signo de debilidad.
Para Top Rank, la promotora que respalda a Ramírez, esta derrota representa un desafío logístico y comercial. Con cambios estructurales planeados para el próximo año, la empresa deberá replantearse cómo encajar al cubano en futuros eventos y si esta derrota marca un punto de inflexión en su carrera.
Por ahora, Robeisy Ramírez enfrenta un futuro incierto. Su determinación de priorizar la salud es comprensible, aunque su camino hacia la redención será arduo. “Si no puedo continuar debido a mi visión, es mejor parar”, reafirmó el cubano. Y aunque las críticas son inevitables, el tiempo dirá si su decisión fue el inicio de un regreso estratégico o simplemente un capítulo más en la dura realidad del boxeo profesional.
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