El precio de apostar al conflicto y la desmesura

No hay quien recuerde una crisis de tal magnitud con el gobierno de uno de los países más cercanos a la Argentina, como es España. Javier Milei lo hizo y no se arrepiente. A pesar de los efectos desatados y de la preocupación despertada por otra apuesta al conflicto y la desmesura.

Como si despreciara las consecuencias para los intereses nacionales que podría tener esta crisis, según se advierte en el mundo de las relaciones internacionales y de la economía, el presidente argentino le comunicó a su Gabinete que no estaba dispuesto a pedir las disculpas que el canciller español le demandó después de haber acusado de corrupta a la esposa del jefe del gobierno de España, Pedro Sánchez, además de otras críticas directas y punzantes al mandatario.

Milei ni siquiera buscó atemperar la crisis una vez conocida la decisión de España de llamar en consulta a su embajadora en Buenos Aires, María Jesús Alonso. Una de las medidas más graves de protesta que puede adoptar un gobierno ante otro con el que mantiene relaciones diplomáticas y la cual no tiene antecedentes que se recuerden en el vínculo entre ambos países. Al borde del despiste, el Presidente volvió acelerar en la curvas, como suele jactarse.

“Ni un paso atrás. No voy a pedir disculpas. Estos socialistas (la expresión habría sido menos descriptiva y más descalificativa) creen que pueden decirme cualquier cosa (como drogadicto, generador de odio y autoritario) y por dos líneas en un largo discurso se hacen los ofendidos y arman un escándalo”, en esos términos (o muy similares) fue el mensaje a los suyos con el que el Presidente buscó minimizar sus dichos, descalificar la reacción española y alinear a su Gabinete en el conflicto que acababa de desatar con el gobierno de España, según importantes fuentes de la Casa Rosada.

Por si quedaban dudas entre sus funcionarios y seguidores sobre qué posición adoptar, Milei reforzó públicamente su intransigencia después con una catarata de tuits y retuits en la red X en el mismo sentido. Como suele hacer en sus disputas políticas locales.

Al refrendar su acción, Milei le aportó a los propios insumos para su defensa. Como si no se tratara o no tomara en cuenta la dimensión de un escándalo que había derivado en un conflicto diplomático de alto nivel y generado más costos reputacionales para una Argentina ya demasiado golpeada en ese plano.

Si algo faltaba para comprender la dimensión de la crisis está el pronunciamiento del canciller de la Unión Europea, Josep Borrell, que “condenó y rechazó” los dichos de Milei por considerar que “los ataques contra familiares de líderes políticos no tienen cabida en nuestra cultura, especialmente cuando provienen de nuestros socios”. No solo fue entendido como una cuestión política y diplomática inadmisible, sino culturalmente inconcebible.

La escalada de las agresiones entre Milei y funcionarios de la administración socialista española, que ya lleva varios meses, venía activando alertas en los observadores de uno y otro lado del Atlántico. Pero la descalificadora intervención del Presidente, dirigida directamente contra Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, en la cumbre del partido ultraderechista Vox, en Madrid, extremó las preocupaciones en el mundo político, diplomático y empresarial con intereses en ambos países.

El conflicto se consideraba altamente probable desde el momento en que se supo que Milei asistiría a la cumbre de la ultraderecha europea organizada por el partido español que lidera su amigo Santiago Abascal, en medio de la campaña electoral para el Parlamento Europeo, en las que el oficialismo español y sus opositores se juegan mucho más que la representación en Bruselas.

Las características personales de Milei, entre las que se destaca su intolerancia a la crítica, su propensión a los excesos (verbales) y las descalificaciones a sus adversarios, así como la coyuntura política española y la ubicación de sus anfitriones en un extremo del arco político, permitían imaginar chispazos. Aunque en las dos primeras jornadas de su viaje, Milei pareció desacomodar a los alarmistas.

Sin embargo, lo ocurrido ayer superó las previsiones. Aún cuando no es la primera vez que el libertario argentino rompe la regla de oro de las relaciones diplomáticas que indica que un mandatario extranjero no debe inmiscuirse en cuestiones de política interna de otro país con el que mantiene relaciones y mucho menos durante una visita a esa nación. Para él es otra norma que no rige su comportamiento como Presidente. Ya lo había hecho en Estados Unidos y con Brasil, otros dos países cruciales para la Argentina.

La singularidad de esta crisis no solo radica en que se produce con un país con el que la Argentina tiene una estrechísima relación histórica, afectiva, cultural y económica, sino por haber llegado a este extremo. Hasta ahora los exabruptos de Milei, que lo han caracterizado desde que empezó a ser una figura pública y continuaron una vez llegado a la primera magistratura, habían tenido pocas consecuencias. La excepción ha sido la apertura de causas judiciales en su contra a instancias de periodistas a los que él agravió.

Ni siquiera había llegado a los niveles que se alcanzó ahora el conflicto con Colombia, cuando hace dos meses llamó “asesino terrorista” al presidente de ese país, Gustavo Petro. Demasiado para solo cinco meses de gobierno.

El conflicto con España revela, además, un inquietante giro en la dinámica interna del Gobierno. Esta vez ni siquiera los más moderados o más diplomáticos funcionarios se refugiaron en la ya famosa expresión de resignada justificación “así es Javier”. Ahora, por convicción, por naturalización de conductas o por la bajada de línea que hizo el Presidente, no se escuchó ninguna fuente de su entorno que tuviera alguna observación crítica o de distancia. En toda la Casa Rosada parece haberse desactivado el sistema de frenos inhibitorios.

Por el contrario, en lo que pareció un parlamento acordado y ensayado de antemano, las repuestas de las fuentes de Gobierno contenían un homogéneo recordatorio de todas las críticas que su jefe ha venido recibiendo desde la campaña electoral y hasta ayer mismo de parte del propio presidente y la vicepresidenta del gobierno español y los agravios de varios de sus ministros. Ni un paso atrás. Todo lo contrario. Redoblaban la apuesta y hasta llegaban a bromear con que “si no hay Pacto de Mayo, a lo mejor tenemos nueva declaración de la Independencia del Reino de España”. No es chiste.

El silencio público de la locuaz y espontánea canciller Diana Mondino es elocuente. Más allá de su inexperiencia en materia de relaciones exteriores (dejada a la vista ya en numerosas ocasiones), la canciller debe saber (al menos como economista) que la Argentina tiene un elevado superávit de problemas internos, un marcado déficit de inversión extranjera y una necesidad extrema de apoyo de otros países para recuperar la actividad económica y sortear los problemas financieros que la acucian.

Para eso, las disputas con potencias extranjeras amigas o la intromisión en sus asuntos internos no son lo más aconsejable. Que le haya dicho al Presidente que para ella la reacción de la cancillería española fue “excesiva” no ayudaría mucho a resolver las penurias argentinas. Combustible para un incendio.

Fuera del oficialismo, el resto del arco político argentino mira negativamente la crisis. Los sectores más benévolos y dialoguistas se muestran preocupados, mientras que los más opositores aprovechan, previsiblemente, para criticar al Presidente y a su gobierno con la mayor dureza.

“Tenemos una opinión negativa de Pedro Sánchez, pero tratándose del presidente de un país amigo como España fue un error grave. No debió haberlo hecho. La Argentina necesita inversiones y apoyo en organismos internacionales. Cualquier ruido atenta contra eso, sobre todo para los inversores. Los conflictos entre los países los espantan tanto como la inseguridad jurídica y la desconfianza. Estas ya las teníamos y ahora le agregamos disputas”, advirtió un estrecho allegado a Mauricio Macri.

El valor de su advertencia radica en que Pro ha sido ahora el principal aliado y soporte de Milei, sobre todo en el Congreso, y comparte su rumbo económico al igual que la orientación de la política internacional. Pero los matices cuentan cada vez más.

Pro, por ahora, no se expresará públicamente sobre el conflicto y tiene previsto dejarlo pasar hasta la reunión que hará esta semana la nueva dirección partidaria, bajo la conducción recuperada de Macri, a la espera de una distensión o un enfriamiento. El antecedente con Colombia, que finalmente se dio por superado, los alienta a ser pacientes, dicen.

El embanderamiento de Milei con Vox, así como sus exabruptos, son fuentes de incomodidad para el macrismo. Su aliado en España es el Partido Popular, de centroderecha, que disputa electores con los ultras de Abascal, y a los que este conflicto incomoda más que a nadie.

Los populares han quedado en el medio, desdibujados en una disputa que, al final, les resulta funcional tanto a los socialistas de Sánchez como a Vox, que buscan polarizar la escena de cara a las inminentes elecciones europeas. Por eso rechazaron salir en defensa de Sánchez y criticar a Milei.

Casi lo mismo que les pasa a los macristas acá, donde los que celebran son los opositores más críticos, como el kirchnerismo, para el que el presidente libertario vuelve a ser funcional con sus excesos, que la militancia libertaria festeja.

“Milei ya les venía dejando muchas dudas a los populares, que se profundizaron con su extravagante disertación en la Fundación Libertad en la que estuvo presente el expresidente José María Aznar. Si sigue así, los principales países europeos, con excepción de la Italia de Georgia Meloni, van a dejar a Milei como un paria, como el nuevo Bolsonaro. La próxima reunión del G20, que se hará en noviembre, en Brasil, puede ser un mal escenario para la Argentina”, explica un diplomático al que Macri escucha y que integró una delegación que estuvo recientemente en Europa.

La normalización de los exabruptos presidenciales parece haber llegado un punto de inflexión. “Javier es así” se ha mostrado como un eficaz anestésico ante conductas que hasta hace nada resultaban escandalosas, además de lesivas de la investidura presidencial y, en algunos casos, también de los intereses nacionales.

Bien podría enrolarse esa naturalización en lo que en Estados Unidos ha dado en definirse como “la banalización de la locura”, para referirse al permisivo tratamiento que los medios (y la sociedad) norteamericanos han dado a las extravagancias y excesos de Donald Trump, como bien lo reflejó anteayer la nota, de lectura imprescindible, escrita por la prosecretaria general de Redacción de LA NACION, Gail Scriven.

Milei no oculta sus preferencias. Apuesta a que Trump y Abascal presidan sus países. Así como sus más estrechos allegados miran cada vez con más interés al autoritario premier húngaro, Viktor Orban. Aunque ninguno de ellos pueda inscribirse en el ideario liberal. Nada que haga prever un mundo con menos disputas y más soluciones. Lo estamos viendo. Es el precio de apostar al conflicto y la desmesura.

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