“Cuando el Viejo quiere matar a un gran señor, escoge a los mozos que sean más aguerridos (…) los manda diciéndoles (…) que si éste desaparecía les estaba reservado el cielo”. Con estas palabras, el explorador veneciano Marco Polo describió en su “Libro de las Maravillas” a un grupo de musulmanes que décadas antes sembró el terror en Medio Oriente, tanto entre los cristianos como entre los seguidores del profeta Mahoma: los hassassins o hashshashin. Del primer término proviene la palabra asesino, la cual usamos para referirnos a alguien que mata a otra persona.
Uno de los grandes golpes atribuidos a esta orden ocurrió en el 28 de abril de 1192 en la ciudad de Tiro (actual Líbano). Ese día, el noble italiano Conrado de Monferrato, quien era uno de los líderes de la tercera cruzada, se disponía a celebrar su reciente elección como rey de Jerusalén.
Sin embargo, el festejo no llegó a celebrarse. De acuerdo con crónicas de la época, dos mensajeros lograron llegar hasta el noble con una carta y mientras éste la leía los sujetos sacaron unas dagas y lo acuchillaron. Y aunque nunca se aclaró quién envió a los atacantes, sí quedó asentado que eran miembros de la secta de los Asesinos, la cual con el paso del tiempo ha inspirado a novelistas, directores de cine y de televisión; y más recientemente a los creadores de la saga de video juegos Assassin’s Creed.
Los orígenes de este grupo se remontan al cisma que sufrió el Islam en el año 632 después de Cristo, tras la muerte del profeta Mahoma, donde las diferencias respecto a quién debía sucederlo como imán (líder) resultaron en la división de lo que hoy conocemos como los chiitas y los sunitas, explicó a BBC Mundo el profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid, Ignacio Gutiérrez de Terán.
Hacia el siglo IX los chiitas se habían expandido, pero se produjo un nuevo desencuentro por el liderazgo y allí surgió una rama llamada los ismailistas, en honor del imán Ismail ibn Yafar. Este último grupo también sufrió su propia escisión por disputas sobre quién debía dirigirlo y una parte se aglutinó alrededor de un príncipe llamado Nizar, quien tras tomar el poder en Alejandría (Egipto) fue asesinado al poco tiempo por los seguidores de su hermano menor, el cual gobernaba en El Cairo.
Sin embargo, los seguidores del asesinado Nizar, en lugar de aceptar el nuevo orden, se trasladaron hacia el este, hacia Persia; y allí propagaron sus creencias, las cuales no eran bien vistas por los sunitas ni por los chiitas. Los nizaríes incorporaron a su práctica del Islam elementos de la filosofía griega y del esoterismo.
Para escapar de la persecución el grupo desarrolló una red de misioneros. Uno de estos predicadores captó en el siglo XI a un joven persa llamado Hasan-i Sabbah, el cual se convirtió y además conformó una sociedad secreta: los Hassassins.
“Los nizaríes son una reacción a ese intento de colonización de parte de los árabes, es un autoctonismo persa frente a otras corrientes más árabes”, explicó a BBC Mundo el profesor de Estudios Islámicos de la Universidad de Sevilla (España), Emilio González Ferrín.
“Los Hassassins, por su parte, son una radicalización (de los nizaríes), es una corriente social y que tenía una excusa religiosa. Y antes de ser exterminados no se les ocurre más que convertirse en un grupo terrorista”, afirmó el experto.
Los nizaríes intentaron crear un Estado propio pero no lo lograron. Entonces, Hasan-i Sabbah optó por replegarse en las montañas de Irán y se apoderó del inexpugnable castillo de Alamut, ubicado en la cordillera de Elburz (a unos 100 kilómetros al norte de la ciudad de Teherán).
Esta fortaleza fue la cabeza de una red de fortificaciones que los nizaríes tuvieron y que se extendió hasta las actuales Siria y Líbano. Desde allí el fundador de la secta, al que luego se conocerá como “el viejo de la montaña”, buscó “influir de forma determinante en el curso de la política en los estados islámicos”, explicó Gutiérrez de Terán.
Para alcanzar sus metas Hasan-i Sabbah formó una milicia altamente entrenada, a la que usaba para atacar objetivos concretos en los estados y dinastías musulmanas y también en los territorios cruzados.
“Como no se les permite hacerse con el poder ni tienen la fuerza para tomarlo ni controlarlo, entonces buscarán golpearlo, a través de operaciones quirúrgicas; es decir van y matan a alguien, sin importar si pueden escapar o no”, agregó González Ferrín.
El historiador explicó que el movimiento liderado por Hasan-i Sabbah no era popular ni de masas, sino que era “extremadamente intelectual, con una inclinación religiosa que generó un fundamentalismo”.
Sobre la milicia hay muchas versiones y mitos. Fuentes musulmanas se referían despectivamente a sus miembros, cuyo nombre real era fedayines (los que se sacrifican por otros), como los hashshashin, una palabra árabe con la que se identificaba a las personas que consumían hachís.
¿Por qué se les comenzó a conocer así? “Se dice que Hasan-i Sabbah durante los entrenamientos a sus milicianos les hablaba del paraíso y luego los embriagaba con hojas narcóticas, que bien bebían, masticaban o ingerían del modo que fuese; y a partir de ahí les encargaba los asesinatos que debían cometer”, apuntó Gutiérrez de Terán.
Sin embargo, González Ferrín cree que esta versión es incorrecta y que se propagó por la incomprensión a las tácticas empleadas por el grupo y a los intentos por desprestigiarlo. “Cualquiera que haya probado un porro sabe que lo menos que te apetece después de fumarlo es ir a matar a nadie”, dijo.
“Se cree que iban drogados, porque eran kamizakes, pero si eso era así seguramente sería otra sustancia distinta al hachís”, agregó el historiador. González Ferrín también indicó que hay otras etimologías posibles para el término hassassin y una de ellas es “fundamentalista”.
La compra o secuestro de niños campesinos eran algunas de las formas con las que Hasan-i Sabbah y sus sucesores nutrían las filas de la milicia. Una vez reclutados, los nuevos integrantes eran instruidos no sólo en el combate cuerpo a cuerpo, sino también en el lenguaje, cultura y costumbres de aquellos pueblos o ciudades a donde iban a ejecutar sus golpes.
“Eran una especie de ninjas, unos combatientes que sabían colarse entre el pueblo”, afirmó González Ferrín. En similares términos se pronunció Gutiérrez de Terán, quien lo describió como “unas gentes muy versadas y cultas, que conocían las tradiciones e incluso la forma de hablar y de comportarse de los habitantes de aquellos lugares donde iban a perpetrar sus ataques”.
Precisamente la capacidad de infiltración de los asesinos, junto a su precisión y frialdad, los hizo famosos y temidos.
“Los asesinos deben ser maldecidos y de ellos hay que huir. Se venden, tienen sed de sangre humana, matan a inocentes por un precio y no se preocupan por nada, ni por la salvación”, escribió el historiador anglo-americano Bernard Lewis, en su libro “Los asesinos: una secta radical del Islam”, donde cita el relato de un sacerdote alemán en el siglo XIV.
“Como el diablo, ellos se transfiguran en ángeles de luz, imitando los gestos, vestimentas, lenguas, costumbres y actos de varias naciones y pueblos; así, escondidos en ropajes de ovejas sufren la muerte tan pronto como son reconocidos”, los describió el religioso, llamado Brocardus, según Lewis.
El catedrático de la Universidad de Sevilla, por su parte, no dudó en calificar a los miembros de esta orden como “los primeros terroristas de la historia”. ¿Por qué? Porque muchas de sus acciones eran realizadas a plena luz del día y en público con el propósito de infundir miedo.
“Si un gobernador iba con su escolta por un mercado, pues de la nada aparecía un asesino, sacaba un cuchillo y le cortaba el cuello, sin importar si salía con vida o no”, dijo. La muerte del asesino era incluso deseable, porque así permanecía en secreto su base de operaciones, agregó Gutiérrez de Terán.
Para conseguir que sus fedayines estuvieran dispuestos a inmolarse, Hasan-i Sabbah los sometía a un adoctrinamiento religioso en Alamut. El castillo había sido acondicionado para facilitar esa instrucción, según cuenta Marco Polo en su libro.
“(Hasan-i Sabbah) había hecho construir entre dos montañas, en un valle, el más bello jardín que jamás se vio. En él había los mejores frutos de la tierra (…) Había en el centro del jardín una fuente, por cuyas cañerías pasaba el vino, por otra la leche, por otra la miel y por otra el agua”, escribió el explorador veneciano.
“Había llevado a (el jardín) a las doncellas más bellas del mundo, que sabían tañer todos los instrumentos y cantaban como los ángeles, y el Viejo (de la montaña) hacía creer a sus súbditos que aquello era el Paraíso”, se lee en el “Libro de las Maravillas”.
Según la versión del aventurero europeo, “en el jardín no entraba hombre alguno, más que aquellos que habían de convertirse en asesinos”. Hasan-i Sabbah, de acuerdo con Marco Polo, recluía a los combatientes entrenados en el vergel para que disfrutaran de los placeres que en él había.
Sin embargo, cuando el líder tenía una misión para alguno lo drogaba y lo sacaba; y cuando el escogido despertaba le decía que si quería volver al “Paraíso”, el cual estaba inspirado en las predicas de Mahoma, tenía que cumplir con la tarea asignada.
Y los escogidos realizaban la encomienda porque “por su voluntad ninguno se alejaría del Paraíso en donde se hallaban”, remató Polo.
La orden nizarí logró sobrevivir por 166 años, hasta que un enemigo del norte los liquidó: los mongoles. “Los mongoles constituían una amenaza enorme, mucho mayor todavía que las cruzadas, pues eran más salvajes y procedían de un lugar más cercano que Occidente. Y, por ello, los nizaríes intentaron llegar a algún tipo de acuerdo con ellos, pero no lo lograron”, explicó Gutiérrez de Terán.
El formidable ejército de Hulagu Khan, nieto del temido Gengis Khan, se abalanzó sobre la hasta ahora inexpugnable fortaleza y la arrasó. Algunas versiones sostienen que Hulagu Khan creía que los asesinos habían liquidado a un tío suyo.
Pero antes de que esto ocurriera, muchos líderes y nobles musulmanes y cristianos perecieron a manos de sus combatientes. Uno de los que estuvo en la mira de los asesinos, pero logró salvar su vida fue el sultán Saladino, una de las figuras más importantes del Islam, por ser quien recuperó Jerusalén para los musulmanes en el siglo XII.
“Saladino llevó a cabo una serie de campañas para expulsar a los cruzados, pero se dio cuenta de que para conseguir esto debía acabar también con algunos estadillos y reinos musulmanes, los cuales muchas veces colaboraban con los cruzados. Durante esa campaña apuntó a Masyaf, una fortaleza nizarí (ubicada en la actual Siria)”, relató Gutiérrez de Terán. La respuesta de los nizaríes no se hizo esperar y en 1185 enviaron unos asesinos para terminar con su vida.
“Los asesinos se infiltraron en el campamento de Saladino vestidos como sus soldados (…) e intentaron matarlo en su tienda, pero no lo consiguieron porque llevaba una malla y debajo de su gorro tenía una especie de casco de acero”, agregó el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.
El rey Eduardo I de Inglaterra, quien participó en la IX cruzada, también se salvó por poco de morir bajo el filo de la espada de uno de estos fedayines en 1272.
Este tipo de operaciones y el hecho de que con el paso del tiempo ofrecieran sus servicios tanto a musulmanes como cristianos, a cambio de cuantiosas sumas de dinero, terminó de forjar la imagen de sicarios que ha perdurado a lo largo de los siglos.
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