La maternidad, más bien tu matrescencia, te hace transitar caminos inescrutables. Y de repente tu mejor amiga, la de toda la vida, no se comporta como esperabas, no recibes su apoyo, o simplemente desaparece en tu posparto. Caso contrario: tu leal camarada tiene un bebé y ya no es la que era, solo se dedica a hablar de cacas, mastitis y te envía 38.339 fotos de su retoño sin parar.
¿Qué nos ocurre a las mujeres en esta etapa? La psicología perinatal y la neurociencia por fin están arrojando algo de luz sobre los fenómenos biológicos y sociales que ocurren durante el embarazo y la maternidad más reciente.
La dinámica de las amistades puede cambiar significativamente cuando una mujer se convierte en madre. Uno de los factores clave es la diferencia de prioridades y estilos de vida entre una madre y una amiga que no tiene hijos. La primera ahora asume una serie de responsabilidades vitales, demandas energéticas y de tiempo que agotan su disponibilidad para socializar de la misma manera que lo hacía antes.
Esto puede conllevar una sensación de distancia entre mujeres que no están compartiendo la misma experiencia.
Además, la maternidad provoca cambios importantes en la identidad de una mujer que se relaciona con la adopción de un nuevo rol que afecta tanto a la forma en la que una mujer se percibe ahora a sí misma, como su relación con los demás. La tendencia y la necesidad imperiosa es la búsqueda de otras madres para compartir sus experiencias, desafíos, crisis y euforias, dejando de lado amistades que no puedan entender completamente este cambio tan drástico en su vida.
Otro factor psicológico importante es el miedo al juicio en torno a la maternidad. La mayoría de mujeres confiesa sentirse muy juzgadas por las amistades que no tienen hijos, lo que provoca también la incomodidad y el distanciamiento para evitar conflictos o críticas que no necesita en ese momento tan delicado y vulnerable.
Todo lo expuesto no es algo subjetivo. El cerebro de una madre cambia a nivel neurobiológico, una de las transformaciones más sustanciales es la reorganización de las redes neuronales relacionadas con el procesamiento emocional y la empatía.
Durante el embarazo y el posparto se liberan hormonas, como la oxitocina (hormona del amor), que fomenta la vinculación emocional, el cuidado y la protección del bebé. Estas mismas hormonas también pueden afectar las relaciones sociales de la nueva madre, fortaleciendo los lazos con su criatura pero también modificando y mermando sus interacciones con los demás.
Además, la maternidad puede desencadenar cambios en la actividad cerebral asociados con la red atencional, la toma de decisiones y la priorización de tareas. Las nuevas demandas asociadas a la crianza llevan a que la madre dirija su atención y energía hacia al bebé, casi en su totalidad.
Todo esta renovación del organismo reajusta nuestro ‘yo’ y la comunidad que elegimos, de forma prácticamente automática e involuntaria. Simplemente, una nueva mujer-madre necesita una tribu para sostener y favorecer su labor de maternar.
No se lo tomes en cuenta, quizás tú pases por lo mismo si decides tener hijos en el futuro. Dale tiempo, con el paso de los meses (a veces un par de años), la mujer va equilibrando y reconectando su ‘lado madre’ con su ‘lado mujer’ y va ampliando sus miras, ambiciones, necesidades y vínculos con el mundo más allá de su crianza.
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