El boletín, del que The Miami Herald fue el primero en informar, no contenía una explicación sobre la decisión. Las autoridades de aviación civil de Haití no respondieron de inmediato a un mensaje en busca de comentarios.
La medida dejó varados y desconcertados a unos dos mil viajeros en el estacionamiento del principal aeropuerto internacional de la capital Puerto Príncipe, rodeados de equipaje y algunos de ellos con bebés en brazos.
“Tengo que buscar una vida mejor en otro lugar porque Haití no le ofrece nada a mi generación”, dijo Jean-Marc Antoine, de 29 años. “Las opciones son sostener un arma e involucrarse con una pandilla, ser asesinado o salir del país”.
Su hermano, quien se encuentra en Chile, le había prestado 4.000 dólares para el boleto de avión, y al igual que muchos de los pasajeros varados, se preguntaba si recuperaría su dinero.
Cerca de él, Marie-Ange Solomon, de 58 años, llamó repetidas veces a la aerolínea, sin éxito. Dijo que pagó un total de 7.000 dólares para salir de Haití acompañada de su hijo.
“Después de reunir el dinero para que mi hijo y yo pudiéramos salir de esta frágil nación, ahora de repente frenan todo”, declaró. “Pensé que hoy sería liberada».
Solomon cuidaba el equipaje mientras que su hijo de 28 años corría repetidas veces al aeropuerto en caso de que alguien los llamara por su nombre.
Más de 260 vuelos que partieron de Haití —y que se cree transportaban a hasta 31.000 migrantes— han aterrizado en Nicaragua desde agosto mientras se agudiza la crisis en Haití, donde se calcula que las pandillas controlan ahora hasta el 80 % de Puerto Príncipe. La cifra de migrantes representa casi el 60 % del total de las llegadas de haitianos a la frontera entre México y Estados Unidos, dijo Manuel Orozco, director del programa de migración, remesas y desarrollo en el Diálogo Interamericano.
Los expertos han dicho que el costo de un asiento en un vuelo chárter a Nicaragua va de los 3.000 a los 5.000 dólares, y Nicaragua es un destino popular, ya que no requiere de visa para algunos migrantes.
“La magnitud de los vuelos es completamente inusual, y representa un riesgo a la seguridad”, dijo Orozco en entrevista telefónica.
Se preguntó si la decisión de suspender los vuelos chárter fue por presión externa, y añadió que no sabía si el gobierno de Estados Unidos estaba involucrado.
Orozco destacó que en enero pasado no hubo vuelos chárter desde Puerto Príncipe a Nicaragua, y que, de los tres vuelos diarios con los que se comenzó a finales de julio, ahora ya son 11 vuelos al día.
La suspensión de los vuelos podría obligar a los migrantes haitianos a buscar otras maneras de huir de su país, puntualizó.
“Creo que a estas alturas los dominicanos probablemente se organicen o crucen los dedos para que no haya un cruce a gran escala”, declaró Orozco.
Ambas naciones comparten la isla de La Española, pero actualmente se encuentran enfrascadas en una disputa en torno a la construcción de un canal en Haití que desviaría agua de un río que corre a lo largo de la frontera. El presidente dominicano Luis Abinader anunció el mes pasado que su gobierno dejaría de emitir visas para haitianos y cerró la frontera a todos los haitianos que buscan cruzar por motivos laborales, educativos y médicos, entre otros.
Ante el cierre de otra popular vía de migración para los haitianos, la frustración se hizo evidente entre los pasajeros varados.
“¿Se pueden imaginar que gasté todo este dinero? Vendí todo lo que tenía”, dijo Jean Erode Louis-Saint, de 25 años, cuyo vuelo estaba programado a despegar el lunes por la tarde pero nunca recibió un pase de abordar. “No puedo quedarme en este país por la falta de seguridad. Las pandillas están por todos lados”.
Louis-Saint solía intercambiar divisas a lo largo de la frontera con República Dominicana, pero ha tenido problemas para encontrar otro empleo.
“Ya no puedo hacer nada en Haití”, dijo mientras cargaba su mochila a la espalda, rodeado de miles de pasajeros más.
Muchos se negaban a irse del lugar en caso de que hubiera un cambio repentino de planes, pero la multitud comenzó a disiparse hacia las últimas horas de la tarde.
Entre las personas que se retiraban resignadas estaba Saint-Ville Etienne, un ingeniero civil de 35 años que esperaba tener una vida mejor para cuidar de su hijo de 14 años, quien se iba a quedar en Haití.
“Haití está en un estado de guerra entre su propia gente”, comentó. “No sé por qué están peleando. Sólo hace que todos salgan del país”, dijo.