Apenas quedan vestigios del formidable palacete que algún día fue.
Hierro forjado en los barandales, azulejos con estampados de coquetas flores rosadas, techos de altísimos puntales, espaciosos arcos de medio punto y escalones revestidos en mármol. Los vecinos y la leyenda aseguran que fue la residencia de una marquesa.
Pero todo lo demás es un caos: las raíces de un árbol salen por un baño improvisado, los pájaros hicieron nidos, las cubiertas del primer y el segundo piso fueron apuntaladas, cascotes de escombros y arenilla fresca están regadas aquí y allá. Las paredes se ven ladeadas y la fachada desapareció completamente dejando expuesto un patio donde cuelgan ropas recién lavadas.
Seis familias, unas 17 personas, viven en este edificio de La Habana Vieja, similar a muchos, otrora lujosos, convertidos en vecindades con colapsos parciales (aleros, balcones, partes del techo) en años recientes o visible peligro de derrumbe total. A escasos 100 metros, la caída de un edificio como éste, sobre la misma calle Villegas, dejó a comienzos de este mes tres muertos, entre ellos, dos rescatistas; la semana pasada otro derrumbe se cerró con dos heridos.
Los vecinos de la casona de Villegas dijeron que realizaron todo tipo de gestiones y pedidos a las autoridades para reacondicionar y asegurar el inmueble.
En decenas de viviendas con malas condiciones en los alrededores, sobre todo el casco histórico, los temores a derrumbes se reavivaron junto con el tiempo, la crisis y la temporada húmeda.
El gobierno reconoció el problema del deterioro del fondo habitacional en el país, pero atribuyó a la ausencia de recursos materiales la imposibilidad de sanearlo.
Mientras, algunos se preguntan por qué no se aminora el ritmo de inversión en megaproyectos turísticos como hoteles –un sector vital pero que no logró despegar en por lo menos los dos últimos años— para afrontar la situación.
La AP solicitó comentarios al gobierno sin que haya respuesta hasta ahora.
«¿Cómo no vamos a vivir con miedo? Cada vez que llueve siento cómo las piedras me caen», dijo a The Associated Press, Maricelys Colás, una mujer menuda, jubilada, de 64 años que reside en la señorial casona junto a su madre —de 85— desde hace 59 años. «¡Y el derrumbe no avisa!»
Su habitación, a la que le fabricó un baño, aunque tiene un número «dos» en la puerta, quedó de primero y frente a una agrietada escalera. Toda la entrada —donde debió alguna vez estar la habitación con el «uno»—, así como el portal, se derrumbó en los 90. Los escombros se retiraron, pero los vecinos siguieron allí.
«Antes éramos 11 familias», rememoró Colás. «Los cuartos de arriba tenían balcón a la calle y todos los vecinos nos llevábamos como si fuéramos uno… Me hice vieja aquí».
El edificio de dos pisos fue construido a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX, en un terreno de unos 15 metros de frente por 60 de fondo. En la parte de abajo, en donde estuvo un patio principal rectangular y las estancias del servicio doméstico, viven tres familias; en la parte superior —la más deteriorada con grietas y con una escalera que cruje al subir—, otras tres.
Todos los vecinos repiten que la construcción perteneció a la Marquesa de Pinar del Río, un título otorgado por la Corona española cuando la isla era parte de sus dominios. La AP no pudo comprobar su regia prosapia, pero es visible su elegante diseño.
Ahora todo huele a humedad, a cemento mojado.
Hasta que cada uno de los posteriores residentes fabricó sus propias dependencias, había sólo dos baños —uno por piso— que se usaban colectivamente.
La AP entrevistó a todos los núcleos familiares, salvo a un anciano temporalmente alojado en casa de un pariente y cuyo vecino le cuida su cuarto.
Unánimemente, reportan haber realizado gestiones para obtener espacios donde vivir dignamente o materiales para reparación, tanto con el gobierno municipal o provincial como en las oficinas de atención del Partido Comunista sin obtener respuesta.
«Voy a cada rato a (la estatal Dirección de la) Vivienda y es hablar por hablar», se lamentó ante la AP Mario Luis Poll, un maestro restaurador de 57 años que reside desde hace 19 a tres puertas de Colás, hacia el fondo de la casona. Allí crió solo a su hijo.
«Estaba con mi niño recién nacido y no tenía dónde vivir y el gobierno me autorizó a quedarme aquí», resumió Poll, mostrando la forma en que había tratado de sostener su habitación luego de que el techo —o sea el piso del cuarto de arriba— de su improvisada cocina colapsó.
«A la parte de adelante (de la casona) lo que le falta por caerse no es nada. Ahí hay una mata (un árbol) que tiene la raíz hacia arriba y que abraza las paredes, pero va debilitando la viga», dijo señalando con su brazo derecho en alto el grueso tronco retorcido.
Precisamente el vecino del piso superior, Marcos Villa —un músico de 47 años—, mostró a la AP cómo el follaje iba saliendo por su improvisado baño.
«Los puntales (postes de madera que sostienen el techo de toda la construcción) son casi figuras decorativas», remarcó Poll, moviendo la cabeza y levantado sus hombros en señal de resignación.
Pese al riesgo y la precariedad, no se mudan a otro lado porque no hay dónde, dijeron todos los involucrados. El Estado suele poner a las familias en albergues o entregarles espacios estatales —antiguas tiendas o almacenes en desuso—, pero estos también se encuentran en malas condiciones.
La construcción residencial es uno de los problemas que más tensión provoca en Cuba donde el clima húmedo, el paso de ciclones, el escaso mantenimiento de las antiguas construcciones y un bajo índice de terminación de nuevas unidades, suele estar entre las quejas más destacadas de la ciudadanía.
A comienzos de mes, un informe de la directora general de la Vivienda, Vivian Rodríguez, indicó que el déficit de casas en la isla se ubica en las 800.000. Desde 2019 a la fecha se concluyeron sólo 127.345 unidades y se repararon 106.332 a nivel nacional.
Un recuento oficial indicó que al cierre de 2020 en la isla había 3,9 millones de viviendas de las cuales casi el 40% estaba en regular y mal estado. El 76% se encontraba en localidades urbanas, que tienen visiblemente las peores condiciones, como Centro Habana o la propia Habana Vieja.
Por el momento, nadie espera que la situación mejore en medio de la actual crisis económica.
Incluso La Habana Vieja se ve desmejorada pese a que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y a que en la pasada década tuvo un proceso de gentrificación cuando inversionistas compraron casonas. Muchas viviendas fueron rescatadas por la estatal Oficina del Historiador o por privados para convertirlas en hostales.
«La situación es crítica», reconoció a la AP el profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Tecnológica de La Habana, Abel Tablada, aunque aclara que la salud y la seguridad ciudadana siempre han sido un tema prioritario para el Estado.
Mantener el fondo habitacional «requiere de muchos recursos que el Estado cubano no posee en estos momentos de crisis aguda y que la población, con sus bajos salarios, no puede asumir», reconoció Tablada.
«Si a eso le sumamos que la inversión en hoteles ocurre justo cuando estamos en una depresión turística, entonces la primera solución sería destinar parte de esos recursos a reparar o demoler las edificaciones más críticas y para apoyar un programa de emergencia de viviendas dignas», reflexionó Tablada sobre cuánto del presupuesto nacional se va a construir hoteles —una decena de lujosas torres se pueden contabilizar solo en La Habana— y no a cubrir las necesidades para los hogares.
Tan asustados como esperanzados, los residentes de la casona de Villegas no dejaron de ironizar.
«Si los tales marqueses resucitan y ven esta casa, seguro se vuelven a morir», comentó Elayne Clavel, la esposa de 26 años del músico Villa.
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